Tuve la fortuna de conocer a -y trabajar para- Pedro Ramírez Vázquez hará unos años. Jaime Almeida me dijo un día que al arquitecto le gustaban mis dibujos y que quería conocerme. Para mí fue como si San Pedro quisiera conocer al sacristán del barrio. Fui a su casa del Pedregal y fue como entrar a un museo de arquitectura y diseño.
El arquitecto y yo nos caímos bien desde el saludo. Esa misma tarde me encargó unos dibujos para una Expo sobre migraciones en Monterrey. Encima me obsequió toda la colección de Abel Quezada para las Olimpíadas del 68, un tesoro invaluable que nunca tuve cómo agradecerle más allá de decirle "muchas gracias".
Mi cartón dominical que postearon arriba en este foro fue un recordatorio para que se le hiciera un homenaje en vida, fuera la Belisario Domínguez, u otro reconocimiento similar. Nunca se hizo. El cartón de hoy es el recuerdo de su amigo que sigue en deuda, como México.
Puse en el dibujo las tres obras de las que estaba más orgulloso, y que son las que la gente menos conoce -o recuerda: la escuela rural preconstruida, los silos de la CONASUPO, y el tráiler para transportar a Tláloc desde Texcoco a Chapultepec.
De las dos primeras me dijo: "Fueron dos diseños increíblemente sencillos, baratos y útiles que beneficiaron tangiblemente a muchos mexicanos pobres. Para un arquitecto no puede haber satisfacción más grande que esa".
También estaba orgulloso del tráiler de ochenta ruedas que soportó con éxito el peso del Tláloc, pues lo construyó sin haber hecho nunca diseños de transporte. Único en el mundo, el tráiler ganó no sé cuántos premios. Pocos supieron que era obra de un neófito. En su estudio tenía la maqueta original del monstruo, con todo y su Tlaloquito a escala descansando sobre ésta.
Le puse en la solapa la paloma de la paz, también obra suya, aunque sobre ella desarrollara posteriormente Lance Wyman toda la gráfica olímpica. A PRV siempre le dolió que ese diseño quedara en la memoria colectiva asociado a los sucesos de Tlatelolco y no a los XIX Juegos Olímpicos, que él personalmente organizó. Inspirado en los textiles huicholes, Ramírez Vázquez puso una paloma blanca encerrada en la silueta del número 68, y emanando de ésta, unas ondas concéntricas en colores chillonamente mexicanos. Pocas Olimpiadas han tenido el diseño visual de aquellas.
Por iiarquitectos y arq.com.mx
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