Los arquitectos e ingenieros de la Roma clásica se les han adjudicado una merecidísima buena fama, no sólo por haber diseñado los acueductos o haber alumbrado los primeros sistemas de carreteras, sino también por haber construido a partir de hormigón algunos de los edificios más duraderos de la historia del hombre, como el Coliseo.
¿Dónde está el secreto, y por qué estas construcciones mastodónticas siguen en pie mientras que otras construidas hace apenas unas décadas se están viniendo abajo? Previas investigaciones ya habían señalado que su cemento era muy superior al nuestro, pero faltaba por entender la razón exacta por la que esto era así.
Una nueva investigación publicada en PNAS arroja una nueva luz sobre los secretos de la construcción romana y afirma que la clave se encuentra en la proporción exacta de la arena volcánica con que se construían estos bloques de cemento, y que suponía más de un 85% de la argamasa. Los científicos de la Universidad de Berkeley en California han conseguido explicar por qué las construcciones de más de dos milenios de antigüedad no muestran signos de corrosión y han mantenido su estabilidad durante un gran período de tiempo.
Para ello, los investigadores utilizaron una receta escrita por el arquitecto Vitruvio para construir un bloque de cemento, que dejaron enfriar y, seis meses después, examinaron detenidamente a través de rayos X para dar con la respuesta a todas sus preguntas: este proceso daba lugar a la aparición de un mineral, la estratlingita, que se formaba cuando la arena volcánica se mezclaba con la caliza. Este mineral evitaba la aparición de grietas y refuerza las zonas interfaciales, que son las que tienen un mayor riesgo de colapso. A diferencia del hormigón que se construye hoy en día, y que es calentado a una temperatura de 1.450 grados Celsius, este llegaba tan sólo a una temperatura de 900 grados, lo que reduce su huella de carbono.
Aplicaciones modernas para inventos milenarios
Debido a estos descubrimientos, los investigadores sugieren que la adopción de los antiguos métodos y materiales pueden mejorar la calidad de nuestras construcciones y preservar el medio ambiente. “Si podemos encontrar la manera de incorporar una cantidad sustancial de roca volcánica a la producción de hormigón, podríamos reducir las emisiones de carbono asociadas con su producción”, ha explicado la doctora Marie Jackson. “También podríamos mejorar su durabilidad y su resistencia mecánica a lo largo del tiempo”.
Gran parte del material volcánico utilizado en las construcciones de la capital del Imperio provenía de las dos regiones volcánicas que se encontraban cerca de la ciudad, los Montes Sabatinos y los Montes Albanos. Como explica la página Ancient Origins, fue el emperador Augusto, quien decretó que la pozzolana debía ser el estándar para la construcción de edificios. Es el caso del Panteón de Agripa, que fue construido entre los años 118 y 125 a.C.
Este edificio es un buen ejemplo de las maravillas de la construcción romana, cuya cúpula tiene de diámetro 43,44 metros, lo que la convierte la mayor cúpula de hormigón en masa de la historia, incluso por encima de la de San Pedro en el Vaticano. El cemento se mezclaba en pequeñas cantidades, para drenar el agua sobrante, ya que cuanta más agua se emplea en el amasado, menos resistente resulta el cemento y más probabilidades hay de que aparezcan burbujas de aire durante el fraguado. El hormigón era vertido en pequeñas capas que se intercalaban con hiladas horizontales de piedra, lo que evitaba la retracción del cemento. Más de 2.000 años después, la construcción sigue en pie.
Por iiarquitectos y arq.com.mx
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