Cuando observamos los sistemas complejos, es muy frecuente que una acción que se ejerce en un sistema determinado repercuta en otro muy diferente.
Las relaciones entre las causas y sus efectos se establecen directamente cuando el sistema que se analiza es simple, como los campos de fuerzas: a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud y de sentido contrario. En cambio, cuando observamos los sistemas complejos, es muy frecuente que una acción que se ejerce en un sistema determinado repercuta en otro muy diferente, que a simple vista no está relacionado con el primero.
La ciudad contemporánea es, sin duda, un modelo complejo ejemplar: quienes la estudian y toman decisiones que la afectan, deben considerar sus aspectos multidisciplinarios, que involucran la economía, la política, la sociología, la tecnología, el urbanismo, la arquitectura, la ecología y muchos más. La ciudad es una entidad cuyo comportamiento global es más que la suma de sus operaciones particulares.
Tal como lo describen los científicos de la UNAM Walter Ritter y Tahimí Pérez: “Usualmente se define al sistema complejo como una red de muchos componentes cuyos comportamientos agregados dan lugar a estructuras en varias escalas y patrones de manifestación, cuya dinámica no es posible inferirla desde una descripción simplificada del sistema”.
Por décadas los urbanistas se han estado preguntando cuál será el hecho histórico que provoque la siguiente revolución urbana, dado que la última tuvo lugar en el siglo XIX, de forma paralela a la Revolución Industrial, suscitando la migración más grande en la historia de la humanidad: del campo a la ciudad.
Seguramente esta pregunta motivó al equipo compuesto por el arquitecto José Castillo, el analista matemático Carlos Gershenson y la promotora cultural Gabriella Gómez-Mont, quienes recientemente recibieron en Berlín el premio Urban Future Initiative, que otorga la marca automotriz Audi. El equipo combina estudios sobre la movilidad en automóvil y los problemas de tráfico en la Ciudad de México, con ingeniosos mecanismos de autoorganización en los cuales son los propios automovilistas, peatones y ciclistas quienes aportan datos sobre las contingencias que observan en sus recorridos, a una aplicación informática que se consulta de manera remota y que ayuda a seleccionar la mejor ruta para evitar los embotellamientos.
Los autores de la propuesta —que será desarrollada con el financiamiento obtenido en el concurso— sostienen que la movilidad en la ciudad se debe observar como un sistema vivo, que debe ser capaz de adaptarse, aprender, fortalecerse y autoorganizarse creativamente. Para ello, proponen que sus órganos sensoriales sean los mismos usuarios, quienes comuniquen datos al organismo entero para así propiciar un movimiento más fluido. El avance hasta ahora es la creación de la aplicación “Dona datos”, desarrollada en colaboración con el Laboratorio para la Ciudad de México.
Por iiarquitectos y arq.com.mx
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