“Va a ser absolutamente maravilloso y extraordinario”, dice Rob Tincknell, CEO de Battersea Power Station Development Company. “Es muy emocionante tener el primer edificio de Frank Gehry en Londres, al lado de la usina. Va a ser otro edificio emblemático y así tendremos dos, uno junto al otro. ¿Qué podría ser mejor que eso?”
La semana pasada se anunció que Gehry se sumará a Norman Foster en la próxima etapa del plan de 8.000 millones de libras con respaldo de Malasia para transformar el templo abandonado de la electricidad en el sur de Londres en un reluciente mundo de maravilla de 3.500 departamentos, comercios y oficinas. Gehry será responsable de cinco edificios de departamentos, incluida la estructura central, llamada la Flor, que, según Tincknell, “dará a Frank la oportunidad de ejercitar sus músculos en el diseño”.
Habla embelesado, como alguien que acaba de hacerse con el mayor premio inmobiliario imaginable. No un gigante de ladrillo con protección municipal como edificio de interés arquitectónico sino la promesa de que un Gehry algún día se haga realidad en el lote de al lado.
“Su estilo de arquitectura es único”, continúa. “Otros arquitectos pueden diseñar edificios de diferentes estilos y hacerlo de modo distinto cada vez, pero los edificios de Frank son una interpretación continua de su idea de fluidez. Es fantástico”.
El arquitecto canadiense de 84 años tiene fama de ser el mago supremo de las formas emblemáticas, lo que abona la perspectiva de grandes titulares, turistas y pequeños milagros económicos. Se dice que las paredes metálicas del Museo Guggenheim de Bilbao, terminado en 1997, son las responsables de dar nueva vida a esta ciudad post-industrial enferma, dando lugar al término “efecto Bilbao” e inaugurando una exaltada era de proyectos de imitación en incontables ciudades.
Gehry ha llegado a ser una marca mundial. Es el rey de la dislocación, cuyas creaciones enredadas de metal ondulante y vidrio salpican los paisajes de todo el mundo. Está el rascacielos de 76 pisos de Manhattan que cuelga como una chalina de seda transparente, ondeando en el viento. Hay tambaleantes edificios universitarios en Massachusetts y Cincinnati, un bloque danzante de departamentos en Praga. En la Isla Saadiyat de Abu Dhabi, están en marcha las obras de lo que algún día será la madre de todos los Guggenheim, un museo de 30.000 metros cuadrados formado por un revoltijo de conos amontonados y torres inclinadas.
“Se ha vuelto parte del establishment”, dice el crítico Charles Jencks, amigo íntimo que lo conoce desde sus comienzos en el Los Angeles de los 70, “pero empezó del lado de afuera, pateando la verja. Es como el Woody Allen de la arquitectura: le gusta despotricar contra el mundo y no quiere gustarle a todos, pero al mismo tiempo quiere que todos lo quieran y lo acepten”.
En un mundo de arquitectos estrella que compiten entre sí y cuya fama a menudo brilla más que sus edificios, ninguno es más estrella que Gehry. En su sitio web hay una nota que dice que los pedidos de autógrafos no pueden responderse debido al volumen recibido. Apareció en Los Simpson, diseñando la ópera de Springfield con forma de sobre arrugado; para Lady Gaga hizo un sombrero que parecía un canasto de ropa sucia destrozado por un rottweiler; Mark Zuckerberg le pidió que diseñara el nuevo mega-campus de Facebook; y para coronarlo todo, Brad Pitt se ha convertido en su aprendiz. Gehry trabajó con él en diversos proyectos, desde un desarrollo fallido para Hove, en el sur de Inglaterra, que habría hecho que la costa quedara profanada por cuatro torres de 120 metros con forma de vestidos victorianos arrugados, a una casa de bajo costo en Nueva Orleans después del huracán Katrina.
“Hay algunos hombres que respeto y uno de ellos es Frank Gehry”, le dijo Pitt a la revista Vanity Fair. “Él me dijo: ‘Si sabés adónde va, no vale la pena hacerlo’. Eso ahora es un mantra para mí”.
El año pasado, en su último discurso oficial, la ex secretaria de Estado de los EE.UU. Hillary Clinton llegó a usar la arquitectura de Gehry como metáfora para explicar hacia dónde debía ir el mundo. “Necesitamos una arquitectura nueva para este mundo nuevo, más estilo Frank Gehry que clasicismo griego”, explicó al público reunido en el Consejo de Relaciones Exteriores. “Algunas de sus obras al principio pueden parecer caprichosas pero en realidad son intencionales y sofisticadas. Mientras que antes unas columnas fuertes podían sostener el peso del mundo, hoy necesitamos una mezcla dinámica de materiales y estructuras”.
¿Cómo fue entonces que este hombre de la calle, que se pone remeras y pantalones anchos para entrevistarse con ejecutivos empresarios, acabó siendo cortejado por la elite global? ¿Cómo es que su estilo posmodernista punk terminó cooptado por un discurso de la campaña presidencial demócrata?
Parte de la respuesta se halla en la esquina de una calle residencial de Santa Monica, California, donde Gehry construyó su primer proyecto en 1978: su propia casa, que parece devorar y eviscerar la carcasa de un modesto bungalow beige.
Envolviendo el edificio existente con un cóctel grunge de metal corrugado, madera terciada y alambre tejido, a través del cual se asomaban estructuras angulares vidriadas, Gehry escribió su manifiesto inconformista en grandes letras. Con lo cual ofendió a sus vecinos a tal punto que uno de ellos solía llevar a su perro a defecar en el sendero del jardín.
El edificio saltó a primer plano cuando estaba de moda el aburrido modernismo de vidrios espejados, resaltando en medio de la cultura arquitectónica conservadora de California expresada en anónimos edificios de empresas. El bricolage callejero y áspero de Gehry hecho con materiales industriales baratos fue un antídoto reparador, desechando la cultura pop de imitación de Los Angeles con enérgico ingenio. La casa atrajo a enjambres de arquitectos jóvenes y críticos y le sirvió de laboratorio y salón de exposición, constituyéndose en el origen de la construcción de su mito. Como dijo la crítica Beatriz Colomina, es “la casa la que construyó a Gehry”.
“Desarrolló una increíble habilidad para hacer obras complejas con materiales baratos”, señala Jencks, recordando que hacía “el tipo de trabajos clase b, como centros comerciales y estacionamientos, que ningún otro arquitecto quería tocar”.
Jencks sugiere que una obra clave fue la escultura Pez de Gehry en Barcelona, encargada para dar interés a la base de un aburrido hotel torre del puerto olímpico en 1992, la primera vez que el arquitecto empleaba software de computación, tomado de la industria aeroespacial.
Esqueleto de acero curvo, recubierto por una reluciente retícula dorada, el Pez fue diseñado usando Catia (aplicación interactiva tridimensional asistida por computadora), que desde entonces es un recurso habitual en muchos estudios de arquitectura cuando se enfrentan a geometrías complejas. Esto ha dado origen a toda una división independiente del estudio, ahora formalizada como Gehry Technologies. Estas herramientas de diseño también permitieron generar las curvas multidireccionales de Bilbao y relacionarlas directamente con el proceso de fabricación, todo un avance en aquel momento.
Pero esta tecnología de avanzada tiene sus desventajas. La sala de conciertos de Walt Disney diseñada por Gehry en el centro de Los Angeles -que costó dos veces y media el presupuesto original, se lanzó en 1987 y se terminó en 2003- motivó más de 10.000 pedidos de información del contratista al arquitecto, lo que dio lugar a una disputa legal que terminó con una costosa conciliación.
Cuando la obra finalizó, los vecinos descubrieron que las superficies cóncavas de acero pulido del edificio concentraban los rayos del sol en sus departamentos, lo que hizo que las facturas de electricidad por el aire acondicionado llegaran a las nubes, y creaban el peligro de cegar a los conductores. El estudio de Gehry tuvo que esmerilar los paneles en cuestión para eliminar el brillo.
Después de librar un combate con el Walkie-Scorchie de Rafael Viñoly –que también es responsable del plan maestro de la central eléctrica de Batttersea-, Londres debería estar listo para hacer frente a cualquier cosa que decida tirarle Gehry.
Por iiarquitectos y arq.com.mx
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